Bibliohack

Tapa del numero 187 de la revista "Los InRockuptibles".

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Nota publicada por Revista Los InRocKuptibles, en diciembre de 2013. Enlace a la copia guardada en Internet Archive.

Volver al futuro: digitalización vs. soportes físicos

El espacio para almacenar información no es infinito, y ante este problema resurge la eterna pelea entre los románticos que siguen enamorados de los soportes físicos y los que insisten en que lo digital es la salvación. Ante un panorama dividido, apuntes sobre la conservación y los avances científicos para preservar el patrimonio cultural para las generaciones futuras.

Por Federico Abuaf

“Si bien la industria electrónica proclama que todo verdor tecnológico perecerá y que debemos una y otra vez comprar nuevos programas y nuevos artefactos para remplazar las aún relucientes novedades del año pasado, los carbonizados textos de la Villa de los Papiros, que su dueño habrá tenido a veces en sus manos cuando la tinta estaba todavía fresca, pueden ser leídos hoy, veinte siglos más tarde”, observa el escritor argentino Alberto Manguel en una nota publicada recientemente por el diario español El País, en la que analiza las técnicas de lectura, difusión y almacenamiento que utilizaban nuestros ancestros romanos.

La contraposición entre los modos en que se gestaron los documentos en el pasado y la manera de hiperproducir y consumir información en el presente permite comprender el valor testimonial de los soportes en los que guardamos nuestro conocimiento y la importancia que conlleva para la humanidad preservar su producción cultural, que no es otra cosa que la cosmovisión del mundo en el que vivimos.

Conocer los sofisticados experimentos de Edison a través de sus películas (se conservan intactas desde 1893), poder escuchar las bagualas y coplas anónimas que Leda Valladares supo recopilar en el Mapa Musical Argentino o incluso leer la primera edición del Post-och Inrikes Tidningar (el diario más antiguo del mundo, fundado en Suecia hacia 1645), junto a un sinfín de otros hechos históricos que no podrían ser imaginados sin la existencia de un registro, permiten distinguir momentos detenidos en el espacio y el tiempo que nos cuentan cómo era la vida cotidiana, cuáles eran nuestras creencias y cómo fueron mutando los paradigmas de las sociedades. Estos documentos tienen la capacidad única de construir identidad y son el puente que conecta culturas con generaciones enteras. El valor de la información como bien histórico ha permitido a las sociedades resolver problemas, conocer su pasado y proyectar sus horizontes. Reflexionar sobre lo que otros hicieron convierte en sinergia lo que otros harán; sin esa memoria heredada no existirían las civilizaciones modernas. Por eso mismo es que hoy podemos contemplar todo ese material y preocuparnos sobre la importancia de su conservación.

Sabemos que lo digital supera ampliamente, en capacidad de almacenamiento, a los soportes físicos, pero una película en su formato original (el fílmico) o un disco de vinilo resultan mucho más estables a largo plazo si se toman los debidos cuidados de preservación. Entonces, ¿en qué formato vamos a guardar nuestra historia cuando los datos que manipulamos cotidianamente son tan volátiles y tan propensos a desaparecer? El conflicto actual está vinculado a comprender los profundos cambios tecnológicos y científicos que atraviesan las sociedades de la información y a esclarecer los métodos que se están implementando para poder preservar tanto los datos virtuales como los tangibles. Nos encontramos a mitad de camino entre unos y otros procesos sin poder dimensionar con exactitud el futuro. Mientras tanto, miramos desde adentro y continuamos expectantes.

Los soportes físicos garantizan duración y perdurabilidad a largo plazo pero se presentan estáticos, ya que no ofrecen posibilidad de ser intervenidos. Lo digital, en cambio, adquiere propiedades de edición constante, lo que facilita una certera y democrática fluidez para el desarrollo del conocimiento. Otro punto favorable de estos formatos es su aspecto colaborativo. En los últimos años, compartir se ha vuelto la tendencia dominante en la Red, ya que todos los usuarios participan abiertamente en la liberación y propagación de contenidos apoyados en licencias de software libre, como Creative Commons.

Comunicar información que muta con facilidad es sin dudas la base del progreso científico y tecnológico. Sin embargo, los archivistas e historiadores más old school afirman que se está instalando la creencia nociva que indica que todo el conocimiento humano está en Internet, lo que deja de lado el saber que emana de las bibliotecas, las filmotecas y los archivos fotográficos. En este punto, lo digital se vuelve obsoleto ya que únicamente sirve para difundir pero no para preservar.

Si bien existe una relación antagónica e irreconciliable entre los puristas románticos, que defienden a capa y espada el analógico y la relación subjetiva y única que se establece con los objetos, y aquellos que solo priorizan la funcionalidad práctica de la información que buscan sin importar el dispositivo en que se halle, se dan casos concretos en donde el material no puede ser manipulado ya que se expone a daños irreparables. Entonces, no quedan más opciones que recurrir a su versión virtual.

Matías Butelman está a cargo del proyecto que busca digitalizar todo el contenido de la Biblioteca del Colegio Nacional de Buenos Aires y reconoce que estos nuevos métodos de almacenamiento permiten acceder a documentos que, por su fragilidad y antigüedad, no están disponibles para el público en general. “De esta manera, estamos asegurando su preservación y, como se hallan dentro del dominio público, podemos ofrecerlos vía Internet a los alumnos e investigadores interesados sin que sea necesario acercarse a la biblioteca”, afirma.

El interrogante que surge entonces apunta a lo que podría pasar si un rito tan ancestral como el de sentarse a disfrutar de una buena obra en papel es reemplazado por conductas más automáticas y artificiales. Butelman sostiene que si consideramos que la experiencia de leer un texto literario no se agota en el paseo de los ojos por las líneas, sino que también entran en la ecuación la postura que elegimos al leer el libro, su textura, el olor de las hojas viejas o el sonido al pasar las páginas, “habrá algo del libro que no será digitalizable”.

ADN: ¿el pendrive del futuro?

Ewan Birney y Nick Goldman son científicos británicos que trabajan para el Instituto de Bioinformática Europeo. Mientras se tomaban unas birras después de una larga jornada laboral, se pusieron a reflexionar sobre nuevos procedimientos para hacer frente a los constantes problemas que se les presentan a la hora de recopilar e indexar todos los informes y papers que producen día a día. Conociendo las propiedades que tiene el ADN para guardar información, se preguntaron si podían hacer algo al respecto. Y dieron en la tecla. En enero de este año publicaron un artículo en la revista Science que demuestra que es factible almacenar información no biológica en la llamada “molécula de la vida”. El experimento permitió transcribir a esta un conjunto de archivos (alrededor de 760 kilobytes), que incluyen 154 sonetos de William Shakespeare, una fotografía en formato JPG, un PDF de un documento científico y 26 segundos del video en el que aparece Martin Luther King dando su mítico discurso, “I have a dream”. Sí. Como sacado de la mejor novela de ciencia ficción, este descubrimiento puede ser la solución real para reemplazar los inestables soportes digitales.

El proceso consiste en digitalizar la información contenida en un libro, película o foto, convertirla al lenguaje genético (secuencia de letras ATCG, los componentes químicos del ADN) en una computadora, utilizando un software especial, y luego sintetizarla, es decir, materializarla, para finalmente introducirla en una bacteria que se encargue de replicarla. Para leer los datos allí contenidos es necesario disponer de máquinas muy caras, pero si la tecnología sigue avanzando con la misma velocidad que hasta ahora, y se logran abaratar los costos (actualmente, esta técnica implica un gasto de 10 mil euros por cada megabyte de información) y simplificar las técnicas, es posible que en un futuro no muy lejano se puedan implementar estos nuevos descubrimientos para la vida cotidiana. Es sorprendente: en un gramo de ADN se podrían almacenar el equivalente a 3 millones de CDs.

“Hay que buscar métodos que nos ofrezcan durabilidad en volúmenes chicos porque no hay espacio de sobra. Tenemos ADN de dinosaurio de hace millones de años y sus moléculas todavía están estables. Entonces, ¿por qué no buscar cosas que se comporten de esa manera?”, se pregunta el director de la Licenciatura en Bioinformática de la UADE. El doctor Federico Prada es una eminencia en esta nueva disciplina que combina biología, genética y software, y la cabeza de un proyecto de divulgación basado en las mencionadas investigaciones británicas sobre el almacenamiento de datos en archivos biomoleculares. En un experimento del que participaron alumnos recientemente ingresados a la carrera, se logró condensar dentro de una bacteria el Himno Nacional Argentino en formato MIDI.

En este punto, el ser humano está usando lo más natural que existe –las moléculas que lo conforman– para resolver problemáticas vinculadas a su cultura, a la información que produce y a cómo transferir todos esos datos. “Es muy paradójico. Resulta que el hombre evoluciona y evoluciona hasta crear la Máquina de Dios y satélites que controlan las telecomunicaciones. Entonces, alcanza un punto en que para seguir dando un paso más adelante tiene que retroceder hasta el origen de la vida”, concluye Prada.